- ¡….Oiga…- oi que alguien me hablaba. Volví a ver y me fijé que era un muchacho.
-…es que aquí le mandan…- me dijo, pasándome un paquetito y se fue sin decirme nada más.
Extrañado, al abrir el paquetito que me dio el muchacho y me hallé con unas viejas cartas mías que yo le había escrito hacía ya mucho tiempo a una novia que tuve salvadoreña, que se llamaba Elisa Briones.
Me quedé un momento recordando muy extrañado y me dije = ¿Para qué será que me devuelve estas viejas cartas…qué me importa a mí? Yo ni siquiera me acordaba de ella.
Había pasado cuando menos unos veinte años; yo ya estaba casado y vivía tranquilo… ¿…y ella…? …qué iba a saber yo nada.
Bueno, metí entre las páginas de un libro que andaba en las manos las tales cartas y me acerqué a mi carro que lo había dejado por ahí cerca. Ya estaba dentro del carro y al cerrar la puerta, por la ventanilla me sorprendió la cara de una mujer que noté que era alguien de alguna edad.
- ¡Demetrio! – me dijo- No quiero que te sorprendas; pero decime si te acordás de mí… Hice el esfuerzo y claro que me acordé que ella era la Elisa, la que había sido mi novia salvadoreña en aquel tiempo.
- Sí.- le dije- Elisa… ¿verdad?
Se sonrió y ese gesto suyo me hizo notarle las arrugas que el tiempo le había puesto en su cara.
- Yo he estado siempre pendiente de vos.
No le dije nada.
- Después que yo me fui a seguir mis estudios a El Salvador, allá conocí a un hermano tuyo, que allá vivía y por medio de él me daba cuenta de todo lo tuyo. Así fue cuando supe que te habías casado y después también supe que tu mujer era mexicana y que vos te habías ido con ella a México.
- …ajá… ¿ y entonces…?
- No; nada de eso es lo importante, aunque te cuento que yo también me casé y tengo un hijo, Gustavo, que ahora anda aquí conmigo.
- Si….si , todo eso va bien; pero decime que por qué me mandás estas cartas viejas, que no creo yo que puedan tener ya ninguna importancia.
-Ah…no- me dijo-… en eso te equivocaste…
- Como - le dije – explicame vos.
- Espero que te haya olvidado de muchas cosas; pero no creo que se te fuera a olvidar mí carácter mío…¿te olvidaste que yo nunca dejé de tener en mí todas las cosas claras…muy claras ?
-…pues no te voy a mentir: no me acuerdo mucho – le dije; pero no era cierto, ahí nomás me vino a la mente que esa muchacha tenía un extraño carácter terco y exigente, hasta ya no más… Este modo de ser suyo, su modo pues a mi no me gustaba del todo.
-…pues entonces- siguió ella- yo no podía seguir guardando esas cartas tuyas de ninguna manera.
-Hubiera sido más fácil romperlas, cuando menos.
¡ …Ah, no ¡ - dijo altiva – de ninguna manera… - agregó
- ¿… y, por qué …?
- Por la razón que cuando nos separamos vos no me dijiste …¡ ADIÓS !
- ¡ ADIÓS !..- Le repetí..
- Sí – me dijo - .. y a mi modo de ver las cosas, eso dejaba a las cartas pendientes sin finalidad, quedaban señaladas como unas cartas sin su propio fin.
- ¿ Cómo ? – se fue lo que pude decirle viendo que su cara se le cambiaba un poco y se le humedecían los ojos.
Se apartó del carro; se enderezó y volvió a inclinar en seguida su cabeza echándose adelante y casi me gritó …
¡ ADIÓS ! … y se fue caminando sobre la acera.
Managua, 22 de octubre del 2007.