
INTRODUCCIÓN
A pesar de lo que podrían pensar, ésta no es, desafortunadamente una novela de ficción, es una ficción de la historia real, con personas y circunstancias que no son producto únicamente de la creatividad de alguien que se ha tomado la osadía temeraria de escribir a partir de su humana imaginación.
Hay cuentos que salen de la nada, pero en este caso, son narraciones que pueden tener nombres y apellidos, fechas y lugares reales, que ustedes mismos pueden ver cotidianamente; si alguna ficción podría entreverse, es precisamente la necesaria para ocultar las identidades y no poner en evidencia las intimidades y privacidades a las que cualquier persona tiene legítimo derecho, por muy poco poder político, social o económico que tenga.
Si se aventuran a leer estas historias, háganlo como yo lo hice, con la mente abierta, sin prejuicios, como esparcimiento y curiosidad, quizás cierta desconfianza e incredulidad, disfrutando de lo que se cuenta a través del lenguaje y aventurándose en imaginar por encima de los límites de lo que las palabras han sido capaces de expresar. Podemos coincidir en que falsear la realidad y falsear el lenguaje es lo mismo que falsear la ficción y aparentar el silencio que suele tener su propio bullicio, al fin y al cabo se enlazan tanto que podrían parecer lo uno o lo otro. Ustedes, como yo lo fui en mi momento, tienen la libertad de recrear todos aquellos argumentos que apenas han sido enunciados, someramente descritos, tienen la independencia de cualquier lector comprometido de seguir con los hilos de la creatividad los desenlaces de las historias, pueden sondear las caras ocultas de las verdades y las certezas de las mentiras, escarbar entre las líneas e identificar su propio contexto, oponerse abiertamente a lo dicho, enojarse, resignarse, sollozar o sonreír y hasta coincidir con lo que aquel desafortunado ha sido motivado a narrar.
Comparto sobre percepciones surgidas de la convivencia con la gente que suele transportarse en los buses urbanos de Managua, capital de la República, en mundos individuales que coexisten, interactúan y a la vez son únicos, complementarios, a veces indiferentes y ajenos, a pesar de las comunes coincidencias y las odiseas sociales e históricas compartidas, de las murallas divisorias que como fronteras, los separan de los otros. No esperen hechos extraordinarios, tal vez no los hay, son relatos sobre cosas comunes de gente corriente que, en este relato, ni nombre propio tienen, pero aman, sueñan y sufren en su anónimo silencio que por ahí palpita y bajo el calor húmedo tropical, suele despertar. Comparto lo que Albert Camus escribió para nosotros en una de sus novelas: Pero, desde el fondo del corazón, sé que los más miserables de ustedes han visto surgir de su oscuridad un rostro divino. Es ese rostro lo que le pido que vea.
Acompáñenme, pues, en este recorrido, vayamos tranquilos, sin miedos, despojados de prejuicios; tengan confianza, que mientras se lee, ningún riesgo existe, por muchos laberintos que la lectura cuente, nada de eso contamina, a lo sumo podrían ser cómodos espectadores, sufren los otros, sobre los que se habla, ¿acaso somos también nosotros? Es probable, que el escenario tan próximo al que se refiere haga de muchos un personaje y nos sintamos no sólo referidos, sino personalmente involucrados. Eso, en todo caso, no es asunto mío. No nos llenemos de complicaciones pasajeras, al final, todo se vuelve simple, se regresa a lo esencial. Si alguien se atreve a ir más allá, también es libre de hacerlo, cada quien es dueño de su propia creación y sobresaltos mientras lee o mientras vive. Les recuerdo una expresión de Joyce, el autor de Ulises, y que Borges repite: La historia es una pesadilla de la que quiero despertarme.
Managua, 30 de agosto de 2005