El árbol de Ana, el árbol de Blanca
Opinión
Francisco Javier SANCHO MÁS Desde su escondite, en la estrechez oscura de un lugar secreto en un apartamento de Ámsterdam, un día de 1942, una niña veía por un hueco de luz a las ramas de un árbol que rozaban su ventana. Parecía estar ahí para saludarle, recordándole el paso de los días, informándole del cambio de las estaciones, hablándole como hablan los árboles de la vida. La niña escribía de él en su diario porque era lo único que podía contemplar del mundo exterior, un diario que le regalaron por su cumpleaños y en el que volcó sus miedos ...