La tregua
Opinión
Lo que más me gustaba de aquella casa era que cuando pasaba cerca, ya oscureciendo, al más mínimo ruido de unos pasos, asomaban curiosas, por la única ventana, las dos cabecitas de las hijas de Nicho. Si uno les sorprendía fisgando, no se aguantaban la risa al verse descubiertas y se ocultaban de nuevo, aunque sus risas nerviosas seguían oyéndose en la oscuridad y también, contagiando al que pasaba. Hace tiempo que Nicho ya no está en la casa. Tuvo que venderla por un poquito, no la casa, sino el terreno, porque la casa en sí no era mucho: unas ...